Por misericordia divina es que me encuentro aún de pie.
¡Todo vale la pena! Tus manos cansadas, tus ojos que buscan sonreír.
Tus miedos, ¡que se disiparán ante la misericordia del Altísimo!
Porque su amor es tan grande que envió a morir a su propio Hijo
para pagar por nuestros pecados.
¡Nada es para siempre!
Solo su amor es infinito.
Y su casa del Cielo nos albergará, algún día, ¡por los siglos de los siglos!
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